En las primeras décadas del siglo XX, existían dos tipos de fotógrafos ambulantes que se distinguían por la técnica empleada. Uno de ellos era el minutero, que utilizaba y utiliza hasta hoy papel para desarrollar el negativo y el positivo; el otro era el «planchero», llamado así por ocupar placas de vidrio —conocidas popularmente como planchas— para desarrollar el negativo. Si bien en muchos casos compartieron el mismo espacio público, tenían una diferencia esencial: la presencia del laboratorio dentro de la cámara minutera, algo que, finalmente, garantiza hasta hoy la entrega de la fotografía en un breve lapso de tiempo.
El «planchero» era, en muchos casos, el fotógrafo de estudio que salía con su cámara profesional, convirtiéndose así en el reportero gráfico de la comunidad. Además de trabajar los veranos en la playa, era solicitado, tanto de día como de noche, en eventos sociales tales como casamientos, fiestas, velorios o cualquier encuentro a puertas cerradas. Al contrario, el fotógrafo minutero estaba y está limitado a retratar solo con la luz de día y con buen tiempo. Su campo de acción fue y es mayoritariamente la plaza, la playa o la calle, retratando frecuentemente a personas que se encuentran de paso.
Las copias fotográficas minuteras se caracterizan por cierta irregularidad de los bordes de la imagen, pues se fotografiaban con la misma cámara, utilizando un soporte de madera característico —llamado paleta— que iba adosado en la parte delantera de la cámara, frente al lente, lo cual provocaba en muchos casos márgenes negros, producto del copiado precario del negativo de papel y de la entrada de luz. Por el contrario, la imagen positivada de la fotografía «planchera», al estar producida a partir de un negativo de vidrio con medidas estándar, generalmente presenta bordes regulares. Otra diferencia entre estas dos técnicas es la calidad de la imagen, que en el caso de las minuteras es en general un poco menos nítida.
Otra característica importante del oficio minutero era la utilización de diversos implementos para atraer a la clientela; que incluían telones pintados de fondo, caballitos de cuero, anclas o botes con divertidos nombres, los que permitían identificar al fotógrafo y crear un ambiente de fantasía. Salvo raras excepciones, los fotógrafos «plancheros» no acostumbraban a utilizar este tipo de elementos, pues al tener un espacio físico reconocible y una técnica fotográfica similar a la de estudio, tenían una clientela cautiva.